En los últimos años, la inteligencia artificial (IA) ha irrumpido en el ámbito educativo con fuerza. Las universidades, como espacios clave de pensamiento, innovación y formación, han comenzado a discutir su integración. Sin embargo, en este proceso se está repitiendo un patrón ya conocido: las decisiones se toman desde arriba, entre equipos docentes o gestores, sin contar con las voces de quienes deberían ser protagonistas del debate: las y los jóvenes universitarios.
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Imagen elaborada por ChtaGPT |
No se trata solo de enseñar a usar herramientas como ChatGPT o plataformas algorítmicas. Se trata de abrir preguntas. De generar espacios horizontales para el diálogo intergeneracional sobre qué tipo de sociedad queremos construir junto con estas tecnologías. ¿Hacia dónde queremos ir?
La filósofa Kate Crawford advierte que muchas veces nos vinculamos con la inteligencia artificial desde una mirada posterior, sin una comprensión crítica previa de sus implicaciones. Esta falta de análisis anticipado contribuye a que la IA siga perpetuando desigualdades estructurales en lugar de corregirlas. En el ámbito educativo, esto se vuelve especialmente preocupante si se naturaliza su uso sin un debate abierto sobre sus consecuencias.
Desde una perspectiva ética, Carissa Véliz subraya que, sin marcos claros, la IA puede poner en riesgo derechos fundamentales como la autonomía y la privacidad, especialmente en contextos universitarios donde estos valores deberían estar garantizados. La tecnología, recuerda, no es neutral: su implementación sin reflexión puede vulnerar principios básicos de justicia y equidad.
Karina Pedace coincide en que la IA no puede ser entendida únicamente como un avance técnico, sino como una construcción sociotécnica que debe ser analizada desde múltiples saberes. "Hay muchas cuestiones que la tecnología per se no puede responder, y sobre las que la filosofía tiene mucho para aportar", afirma. Por ello, insiste en que el pensamiento crítico debe salir del aula y traducirse en acción educativa compartida.
Cecilia Danesi, por su parte, insiste en que no podemos hablar de tecnologías inclusivas si no evidenciamos primero que muchas herramientas actuales no lo son. Para avanzar hacia tecnologías respetuosas de los derechos humanos, es necesario abrir diálogos colectivos que incluyan activamente a las juventudes, no como receptoras de decisiones ajenas, sino como interlocutoras válidas.
"Un fenómeno importante es la visión de túnel, que consiste en que nuestras posturas se radicalizan porque todo lo que vemos en las redes concuerda con lo que pensamos. El algoritmo no exhibe diversidad o divergencias, te muestra lo que quieres ver y así te quedas más tiempo conectado". (Cecilia Danesi)
En esta línea, Eurídice Cabañes propone prácticas concretas de participación juvenil en el desarrollo y reflexión crítica de la tecnología. A través de proyectos como ARSGAMES, ha demostrado que es posible fomentar el pensamiento crítico y la creación tecnológica desde la educación, integrando a jóvenes en procesos de diseño y decisión que suelen estar reservados a personas expertas adultas.
Todo esto refuerza lo que Marina Garcés señala con claridad: “La IA tiene que ser nuestro terreno de intervención, de pensamiento y de transformación del mundo”. Pero para que ese terreno no se convierta en un nuevo espacio de exclusión, es urgente preguntarnos quién lo habita hoy y quién sigue quedando al margen.
Los jóvenes no son consumidores pasivos de tecnología. Tampoco son necesariamente expertos digitales. Son personas en proceso de formación, con dudas, inquietudes y búsquedas genuinas sobre cómo habitar el mundo digital. Cuando las instituciones no están presentes para acompañar esas preguntas, cuando no abrimos espacios de escucha ni de reflexión compartida, dejamos un vacío que fácilmente es ocupado por la desinformación, el miedo o respuestas simplificadas. Luego, como personas adultas, juzgamos ciertas conductas digitales sin reconocer que fuimos ausentes cuando más se necesitaba nuestra presencia. No asumimos nuestro rol de acompañamiento, y eso también tiene consecuencias.
El desafío, entonces, no es solo metodológico ni técnico. Es profundamente político y pedagógico. ¿Seremos capaces de acompañar, abrir, dialogar y construir juntos nuevos sentidos sobre lo que significa educar en la era de la inteligencia artificial?
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