Como parte del proyecto europeo ULALABS, en el que trabajamos conjuntamente la Universitat Autònoma de Barcelona, Linköping University, la University of Stavanger y la University of Twente para crear una red de laboratorios vivos centrados en los retos urbanos y climáticos, nos resulta especialmente relevante el aporte del libro A Nordic smart sustainable city: Lessons from theory and practice (Routledge, 2025). Editado por Barbara Maria Sageidet, Daniela Müller-Eie y Kristiane M. F. Lindland, este volumen colectivo reúne dieciséis capítulos que exploran cómo se materializan las ciudades inteligentes y sostenibles desde múltiples dimensiones: educación, democracia, movilidad, cultura, tecnología y participación.
En esta entrada leemos el libro desde la perspectiva de los Living Labs, ya que ofrece experiencias concretas en Stavanger que dialogan directamente con la lógica de nuestro proyecto: cómo traducir conceptos globales en prácticas locales, cómo generar espacios de co-creación con distintos actores y cómo convertir la ciudad en un escenario de aprendizaje compartido.
Living Labs como espacios de experimentación social y tecnológica (capítulos 4 y 6)
En el capítulo 4 se explica que los Living Labs no deben reducirse a un campo de ensayo para nuevas aplicaciones digitales o infraestructuras inteligentes. Su valor reside en que son, al mismo tiempo, espacios sociales. Allí donde se prueban tecnologías también se prueban nuevas formas de convivencia, de gobernanza y de inclusión. El libro advierte que uno de los riesgos de estos procesos es que la participación ciudadana se convierta en un ritual limitado a grupos concretos, dejando fuera a quienes tienen menos voz o menos recursos para intervenir. Por eso, se insiste en que los Living Labs deben pensarse como escenarios de democratización, en los que el conocimiento técnico dialogue con el conocimiento comunitario.El capítulo 6 retoma esta idea y propone que los Living Labs se conciban dentro de una agenda más amplia de investigación y planificación para ciudades inclusivas. No basta con abrir espacios de participación puntual; es necesario que estos laboratorios se integren en las estructuras de planificación urbana y que los resultados influyan en la toma de decisiones reales. Desde la pedagogía social, este planteamiento resulta central: un Living Lab no puede ser solo un simulacro educativo, sino un espacio donde la ciudadanía aprenda haciendo y, al mismo tiempo, tenga incidencia efectiva en las políticas urbanas.
De la teoría a la práctica: laboratorios urbanos en Stavanger (capítulos 10 y 13)
El capítulo 10 describe cómo Stavanger se ha convertido en una ciudad pionera en la implementación de proyectos de ciudad inteligente. En este contexto, los Living Labs han sido una herramienta clave para traducir los grandes conceptos —sostenibilidad, resiliencia, eficiencia— en prácticas concretas. Aquí se ve la importancia de los proyectos piloto: mediante ensayos a pequeña escala, se identifican tanto los beneficios como las limitaciones de las iniciativas. Este proceso no solo genera datos, sino que abre la posibilidad de aprender colectivamente a partir de la experiencia, de manera que la ciudadanía y las instituciones puedan ajustar expectativas y prácticas.
El capítulo 13 aporta un ejemplo muy ilustrativo: el fomento de la bicicleta como medio de transporte urbano. Este caso muestra cómo los Living Labs pueden funcionar como “prueba social”, donde se evalúan desde las infraestructuras necesarias hasta la disposición ciudadana para cambiar hábitos de movilidad. Se trata de un laboratorio vivo porque combina distintas capas: políticas públicas, incentivos, recolección de datos, cambios culturales y aprendizajes comunitarios. Así, se hace evidente que la ciudad inteligente no es un producto acabado, sino un proceso en constante negociación.
Laboratorios vivos como encuentro entre arte, cultura y tecnología (capítulo 15)
Un aspecto menos explorado en la literatura sobre ciudades inteligentes aparece en el capítulo 15: el cruce entre arte, cultura y Living Labs. Aquí se plantea que la ciudad no se construye únicamente con datos y sensores, sino también con símbolos, narrativas y expresiones culturales. Los Living Labs ofrecen un marco fértil para estas intersecciones, ya que pueden convertirse en escenarios de creación artística y cultural que dialogan con la sostenibilidad urbana. El libro muestra cómo proyectos de arte público, intervenciones creativas y expresiones colectivas pueden abrir nuevas formas de pensar y vivir la ciudad.
Desde una mirada pedagógica y social, este aporte es especialmente valioso. El arte en un Living Lab no solo embellece o sensibiliza, sino que invita a la ciudadanía a implicarse desde otros lenguajes y a reflexionar de manera crítica. Se convierte en un mediador que facilita conversaciones sobre el presente y el futuro urbano, que de otro modo quedarían encerradas en la lógica técnica o política. De esta manera, los laboratorios vivos se abren también como espacios culturales donde lo colectivo se expresa, se cuestiona y se reinventa.
Aprendizajes acumulados y desafíos de futuro (capítulo 16)
El capítulo 16 sintetiza las lecciones aprendidas tras varios años de experiencias con Living Labs en Stavanger. Una de las conclusiones más destacadas es que la colaboración interdisciplinar es indispensable: los proyectos no pueden ser liderados únicamente por ingenieras o planificadores urbanos, sino que requieren la implicación de educadores, científicos sociales, artistas, administraciones y ciudadanía. Esta diversidad no siempre es fácil de gestionar, pero constituye la riqueza del proceso.
El capítulo también señala que los Living Labs no deberían quedarse en intervenciones piloto aisladas. Si bien los proyectos a pequeña escala son necesarios para experimentar, los aprendizajes deben transferirse a políticas urbanas más amplias y a una planificación de largo plazo. Aquí aparece una tensión interesante: ¿cómo mantener la flexibilidad y el carácter experimental de un laboratorio vivo, al tiempo que se consolidan cambios estructurales en la ciudad? La respuesta no está cerrada, pero el libro insiste en que los Living Labs son tanto espacios de innovación como de aprendizaje colectivo, lo que implica reconocer que también generan fracasos, contradicciones y procesos inacabados que son parte de la pedagogía urbana.
El recorrido del libro por los Living Labs de Stavanger muestra que estamos ante algo más que una herramienta de innovación urbana. Son, sobre todo, espacios pedagógicos y comunitarios: lugares donde se aprende en común, donde se experimentan futuros posibles y donde se construyen nuevas formas de convivencia. Desde la pedagogía social, el gran aporte de estas experiencias es que colocan a la ciudadanía en el centro, reconociendo que la sostenibilidad urbana no se resuelve solo con tecnología, sino con procesos de educación, cultura y comunidad.
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